‘Cómo acabar con la escritura de las mujeres’, de Joanna Russ en Editorial Barrett y DosBigotes
Prólogo de Jessa Crispin y traducción de Gloria Fortún. Un libro que enfada e inspira. Un libro para subrayar y tener cerca siempre.
“La ignorancia no es mala fe. Pero perseverar en la ignorancia sí que lo es”. A todos (a todas) nos han contado historias diversas sobre por qué hemos estudiado a tan pocas mujeres en la escuela, instituto o incluso Universidad. Yo misma aún siento vergüenza al confesar que muchas de mis autoras de cabecera llegaron a mí ya muy alcanzada la supuesta madurez… pero así ha sido.
Este libro es un maravilloso y concienzudo repaso a las técnicas (buscadas o no) que a lo largo de los años han ocultado y silenciado a las mujeres en el arte. Escritura, pintura… daba igual, lo importante parecía ser que ellas no se expresaran. Total, ¿acaso tenían algo que decir?. Desde negarles la autoría a ningunearlas, simplificarlas (porque Emily Brontë escribió más libros además de ‘Cumbres Borrascosas’, ¿lo sabías?), subirlas a un pedestal para que se ahoguen ahí… A veces lo consiguieron, otras no, y ahí entraron otras herramientas tan maquiavélicas y cínicas que una se descubre sacudiendo la cabeza de incredulidad mientras pasea por las páginas.
Así, pasando de largo las supuesta inferioridad o desinterés de la mujer en el arte, algo largamente refutado ya, llegamos a algunos puntos que han dolido especialmente y sobre los que aún reflexiono. Un ejemplo personal: he leído todo lo que ha caído en mis manos de Sylvia Plath. Incluso di un curso sobre ella y su ‘poesía confesional’... y hasta estas páginas no me había parado a pensar por qué lo que ella escribió es ‘confesión’ pero lo que otros hombres hicieron, también muy sentimental, es simplemente poesía. “La furia de Plath, la locura de Sexton y el lesbianismo de Millet son ‘confesionales’, mientras que el masoquismo aceptable de las protagonistas de Didion y la miseria sexual de Kinflicks (...) no lo son”, escribe Russ. Pum. De repente viajamos unas décadas atrás y vemos cómo esta categoría era de todo menos una simple descripción.
Este ensayo, que para quien tenga dudas sobre su validez cuenta con más de doscientas fuentes documentales más entrevistas y experiencias reales de la autora (novelista de ciencia ficción y profesora de escritura en varias univerrsidades), abre los ojos y da vueltas de tuerca a cosas aún hoy extendidas. Otro ejemplo más: “La idea de que cualquier arte pueda ser adquirido ‘intuitivamente’ es una deshumanización de la razón, del esfuerzo y de las tradiciones de la artista”. ¿Cuántas mujeres han hecho, supuestamente, arte “por intuición” mientras que de los hombres era el trabajo duro?
Recuerdo cuando este libro fue publicado, casi a finales del 2018. En su momento tuvo gran repercusión, pero ni mi cuerpo ni mi cabeza (porque sí, a veces son cosas separadas) estaban preparados para leer nada que requiriera cierto esfuerzo mental. Porque este volumen, cargado de datos, nombres y citas, requiere atención. Una atención que sale sola (es casi imposible distraerse ante lo que narra), pero que se requiere. Tres años después, el libro al fin ha llegado a mis manos gracias al regalo de mi pareja (Librería Praga mediante). Y esto es importante por un último apunte que también hace Russ: la importancia de las redes.
En el libro vemos, también y por ejemplo, cómo a lo largo de la historia se ha despojado a las autoras de su genealogía, y por qué esto es importante: “Sin modelos a seguir, es difícil ponerse manos a la obra; sin un contexto, es difícil hacer una valoración; sin colegas, es casi imposible alzar la voz”. Interesante, ¿no?
Ojalá pronto una autora española haga un trabajo similar con las genealogías de mujeres hispanohablantes. ¿O acaso Gloria Fuertes de verdad estuvo sola toda su vida mientras escribía tan solo tontos versos infantiles? ¿Quién conoce a Carmen Conde? ¿Por qué no hemos estudiado a Ana Santos Payán?
Lo tengo pendientísimo, pero de este año no pasa y menos con esta reseña