“El tiempo es una escuela donde aprendemos”, escribe Joan Didion en ‘El año del pensamiento mágico’, mi primer libro del 2025.
También escribe: “La locura se está alejando, pero no hay ninguna claridad que venga a ocupar su lugar”.
Es curioso porque en todo momento se nota que la Didion maneja (¿dónde leí que había una autora contemporánea con la que se llevaba mal por esto?). Se huele el dinero a distancia. Pero, aún así, no molesta. Y no sé por qué, cuando esto suele sacarme de casi cualquier historia. Quizá porque la historia que cuenta está tan bien armada que el dinero es casi accesorio. Quizá. El tema es que las descripciones de la enfermedad, la muerte y lo que viene después (que es todo) son tan asépticas que brillan. No hay melodrama. El dolor está anestesiado de una forma que nunca había visto ni leído. Es real. Pero no duele.
Didion habla de imágenes que se transmutarán en lo que sea que sirva mejor para vivir. Y pienso en lo cruel del instinto de supervivencia. En cómo trabaja el cerebro. En su egoísmo, que nos hará difuminar unas historias para poder seguir viviendo otras. Pero cómo podemos vivir sin historias, sin esas caras que tanto nos hicieron. Tanto bien. Tanto dolor. Tanto da.
Joan Didion escribe: “Sé que si queremos seguir vivos llega un momento en que tenemos que dejar ir a los muertos, dejarlos ir, dejarlos muertos”.
Pienso en si eso forma parte de algo que podamos elegir. De algo que podamos hacer o deshacer. Al menos conscientemente: a veces el cuerpo manda incluso contra el propio cuerpo.
A veces queremos enterrarnos en el pasado y de repente el cerebro, que nos quiso enterrar, nos saca. Sin piedad: a la luz, a la soledad. A donde sea.
Y ahí nos quedamos. Incluso sin la etiqueta para entender quiénes somos. Si es que somos.
Llevaba años queriendo leer este libro. Me lo recomendaron para observar el tratamiento del duelo en la literatura. Por mis cosas. Lo busqué sin mucho ahínco y luego lo dejé olvidado en la lista de deseos. Esta Navidad fue uno de los regalos de J. y ha sido un viaje que he agradecido.
Cuántas formas existen de pasar un duelo. Cuántas formas de llorar. De echar de menos. Cuánto deberíamos dejar de cuestionar lo que vemos. Cuánto deberíamos escucharnos más.
¿Por qué elegimos los libros que elegimos? ¿Qué nos hace priorizar una recomendación sobre otra?
A veces me pasa que la lista de libros por leer es tan larga que me aturde. A veces me pasa que, si ordeno los libros recién comprados y los pongo en el que será su lugar en la estantería, a veces pasa que los olvido. A veces pasan muchas cosas. Y, obviamente, no tengo respuestas para ninguna.
Este año estreno ‘la pila’. Nunca lo había hecho, pero ahora tengo un montoncito de libros bajo la lamparita de la mesilla de noche. Esperando. Aguardando. Eso no ha impedido que ya haya comprado algún otro, claro. No es eso. Pero tampoco sé bien qué es. Cuál es el objetivo (más allá de subir la lámpara para ver mejor, algo necesario). También pienso que qué más dará.
Me apetece mucho compartir las lecturas de los últimos días y semanas. La escritura de Martín Gaite me zarandeó de tal manera que solo pienso en qué tragedia no tener una amiga a la que escribir cartas. Ahora leo y quiero compartir cada párrafo, cada estrofa, cada metáfora. Coger el teléfono y llamar, enviar una foto, un texto, un audio a una amiga que ande leyendo igual. Supongo que con este substrack intento suplir un poco esa necesidad con pocas salidas. También hay cosas a las que debería dejar de dar vueltas, pero esas páginas del diario no van a llenarse solas.