Pequeñas desgracias sin importancia, de Miriam Toews en Sexto Piso
Una de las novelas más duras y sorprendentes que he leído. Dos hermanas contra el deseo de vivir o de morir y la posibilidad, siempre, de reír.
Pequeñas Desgracias Sin Importancia (PDSI) era la firma en clave de Elf, la hermana de Yoli, la voz de esta novela en la que Miriam Toews cuenta la historia de una familia menonita que es, digamos, poco convencional.
Si alguien coge el libro sin haber leído la contraportada (acción que recomendaría hacer de vez en cuando), se encuentra con el relato de la infancia de Yoli, su fascinación por su hermana mayor y su relación con unos padres demasiado ‘salvajes’ para vivir en una comunidad como la menonita canadiense: no solo han estudiado y leen a diario, sino que animan a sus hijas, chicas, a hacerlo.
Arranca así, con la ternura de las travesuras de la infancia, para después aterrizar en un presente aterrador marcado por el intento de suicidio de Elf, que pronto sabremos que no es el primero. Alrededor de esto surge toda una historia angustiosa narrada desde un punto de vista sorprendente: lo que vivimos es el torrente de reacciones de Yoli, que pasa del miedo a la ira o el desasosiego como lo haría cualquiera que haya pasado por una situación así. La capacidad de Toews para reflejar esta realidad es fascinante. “Era un dolor íntimo. Y con íntimo me refiero a que era inabordable”.
El libro es a veces la contraposición de los sentimientos más humanos: el deseo/necesidad de Elf de dejar de sufrir, su incapacidad para vivir pese a tener lo que podría considerarse una vida perfecta (pianista de renombre, con una pareja que la adora y una familia que la idolatra); Yoli y su amor por su hermana, sus intentos no por mantenerla con vida, sino por que quiera vivir (que no es lo mismo). Está, también, la madre de ambas: Lottie, una bestia con una entereza abrumadora que no solo se ha enfrentado a toda su comunidad por su familia, sino que encima sigue riendo. Y todo esto, además, aderezado con otras tantas ‘desgracias sin importancia’ que ocurren en un agobiante juego de dominó en el que siempre hay tiempo para reírse.
La maestría de Toews radica, precisamente, en cómo está planteado el desarrollo de estos acontecimientos: cómo las conversaciones y acciones de las hermanas y su madre, tía y amigas se entrelazan con recuerdos que van encajando como si siempre hubieran estado ahí. Porque seguramente siempre estuvieron ahí. “A veces lo único que podemos hacer es ser valientes, ni más ni menos”, le dice la madre a la hija.
Yolandi, divorciada dos veces, madre de dos criaturas que cada vez la necesitan menos, siente y transmite con cierta mala leche e incluso simpleza (no me malinterpreten, en esta casa siempre estaremos en contra de retorcimientos del lenguaje) la presión de sostener un hogar que se desmorona (su hermana, su padre, su madre) mientras vive el caos en su propia vida (amantes, exmaridos, proyectos fracasados que pesan demasiado): “¿Es que no entiendes que soy yo la que te necesita a ti?”.
De verdad creo que esta novela merece la sorpresa de disfrutarla a cada página, así que no diré mucho más. A mí, personalmente, se me han quedado grabadas las conversaciones de las hermanas, tan reales que duelen. Cualquiera que haya estado en una situación mínimamente parecida a lo que narra la autora podrá ver cómo Toews ha conseguido poner palabras a lo que muchas veces nos parece inenarrabble.
“¿Tenía Elf una enfermedad terminal? (...) ¿Eran todos los momentos aparentemente felices de su pasado tan solo un desvío temporal de su anhelo innato por la liberación y la nada? (...) Le pregunté a mi hermana si se había molestado siquiera en buscar razones para seguir con vida o si simplemente estaba intentando encontrar un atajo”.
“¿Qué te crees, la puta Virginia Woolf o uno de esos, demasiado guay para vivir o demasiado inteligente o demasiado en sintonía con la trágica realidad o cualquier mierda… y quieres crear un legado inventado para ti como la brillante y mandita…?”
Porque al final, cuando alguien muere, ¿lloramos por su marcha o porque nos quedamos aquí solas? ¿Hasta qué punto es lícito obligar a alguien a vivir? ¿Ayudarías a morir a quien te lo suplica? Las dudas, todas, y las certezas, pocas, quedan en este libro que combina a la perfección el dolor y el humor, ambos intrínsecos de cualquier experiencia humana. Porque sí, todo eso componen las ganas de vivir.
Para terminar, un par de aprendizajes: “Si no te queda más remedio que acabar en un hospital, intenta concentrar todo el dolor en el corazón y no en la cabeza”. “No tienes que parar de contar una historia porque alguien se esté comiendo las cenizas de tu protagonista”.
Leí el de "Ellas hablan" y era conmovedor y duro y bello. Las conversaciones entre mujeres, los lazos íntimos entre ellas, parece ser uno de los lugares comunes de Miriam. Y qué bien lo hace, qué bien construidos los diálogos, las ideas que van en ellos. Entiendo que aquí también los usa con mucho acierto.