Se vienen cositas (la cosita: PUBLICO MI PRIMER LIBRO)
Ojalá alguien lea este grito y sienta mi abrazo. Ojalá ayudar a que acaben los silencios y las vergüenzas. Ojalá sirva de algo. Os presento a: pum pum pum
¿Es ésta mi publicación más difícil? Yo digo sí. Pero venga, voy a intentarlo.
Necesitamos palabras. Necesitamos nombres. Lo dijo Rivera Garza y tantas otras: “La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena”. Y han pasado tantas cosas que no se han nombrado. Tantos silencios cómplices. Tantos dolorosos silencios inocentes. Tantos llantos solitarios cuando podrían estar acompañados.
Llevamos décadas nombrando lo que permanecía oculto, pero aún queda tanto.
Llevo unos meses callando un secreto. Un secreto que me hervía en el pecho, pero que no me terminaba de creer. Lo que me pasaba con ese secreto era una mezcla de vergüenza, una mezcla de ‘a dónde va esta’, una mezcla de ‘ojalá poder acompañar a esa persona con estas palabras que tengo yo aquí’. Creo que ha llegado el momento de contarlo.
Sí, amigas. Publico un libro. La editorial Isla Elefante (con su editor, Ben Clark) me acoge en una casa llena de belleza para que yo venga a hablar de horror. Me acoge en una casa llena de belleza para que yo venga a intentar crear amarres.
Porque cuando me tocó a mí no encontré literatura que me dijera que era verdad, que no me lo inventaba. Porque cuando me tocó a mí cada roce de cada verso casual me soplaba aliento en mi pulmón podrido.
Porque busqué y encontré ensayos académicos, primero —mi estado me impedía leerlos. Desistí—. Alguna ficción, después. También algo de autoficción. Pero sentía que mi lenguaje era la poesía, y que no encontraba poesía.
Pizarnik y Plath me abrazaron hasta exprimirme las lágrimas. Pero sus dolores no eran los míos. El acompañamiento era y, a la vez, no era.
Buscaba, también y especialmente, la ira y la venganza. Una ira muy específica, una ira femenina contra un silencio patriarcal (que no necesariamente masculino). Encontré a María García Zambrano. A Ana Rossetti. A Diane de Prima.
Me seguían faltando palabras.
Formé un ejército con ellas, con Carmen Conde, siempre con versos puntiagudos y tiernos. Con Elisabeth Mulder, con Alfonsina Storni, Alda Merini, Concha Méndez.
Me rodeé de ellas y siguieron llegando más: Olalla Castro, Miren Agur Meabe. Zahara veló mis noches con ‘Santa’ y despertó mis tardes con ‘Puta’. Me electrocutó. Mary Oliver me enseñó a ver lo bello.
Laura Casielles encendió la mecha: fue ella quien me dijo que podía hacerlo. Que podía escribir. Que podría servir para algo.
Mi relato no estaba escrito. Fragmentario, encontré trocitos que uní. Que soldé a grito muerto. Pero fue tan cansado.
Escribí entonces para devolver el favor. Para poner un ladrillo más en la defensa de la próxima mujer que pase por aquí. Porque no estará sola.
Escribir no cura, pero leer acompaña tanto que parece, por cliché que suene, el abrazo de una madre.
Escribir no es una venganza —o sí—. Escribir es un regalo. Quizá torpe. Quizá inútil. Pero es mi regalo.
Me sentí tan sola, tan abandonada en un pozo que no era ni mío. Pero los versos que encontré me ataron a la cordura, me recordaron que era verdad. Y que la culpa no era mía, ni de dónde estaba, ni cómo vestía —cómo lloré viendo esos vídeos—.
Así que, ahora sí. Este mes sale publicado mi primer poemario. Ojalá alguien lea este grito y sienta mi abrazo. Ojalá ayudar a que acaben los silencios y las vergüenzas. Ojalá sirva de algo esta ventana abierta, este airear dolores y pudores, que son muchos.
La vergüenza debe cambiar de bando, como nos ha enseñado la ya inmortal Gisele Pelicot.
Este es solo un intento para acercarnos a ello. Un intento de poner palabras a lo inenarrable —un intento a veces infructuoso: hay momentos en los que solo la onomatopeya sirve. Pero sirve—.
pum
pum
pum
es el sonido de un golpe, de un repiqueteo, de una caída. Es el martillazo continuo en la cabeza, en las rodillas, en las manos. Suena, también, al miedo, al abismo. A algo roto, a algo anquilosado. Ese ruido acabó siendo la manera más precisa de expresar un libro que, he intentado, transita muchos más estados de los quizá esperables. Porque el golpe en la sien paraliza y el miedo nos entumece. Pero acabamos andando. Y andar no es necesariamente un avance ni un final feliz. Pero sí es un tránsito. Y a veces eso es lo importante.
‘pum pum pum’ llegará a librerías en las próximas semanas, aunque ya podéis reservarlo en la vuestra de confianza.
Gracias, Isla Elefante, por la confianza. Empieza ahora otro camino para el que solo sabré si estoy preparada cuando empiece a andarlo. Veremos.
Gracias por leer
Felicidades Ágela. Espero leerlo pronto. Un abrazo bibliotecario.
Yolanda
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